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- Luz de marzo
- Compromiso
- Sonetos para una tarde de verano
- Más allá de las palabras
- Página
- Pulso
- Una luz en la luz
- Dhyana (en meditación)
- Cuaderno del vacío
- Esencia
- Ser
- Poemas de amor


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sábado, 27 de septiembre de 2008

SALINAS, PEDRO -POEMAS MÍSTICOS-

TE BUSQUÉ POR LA DUDA

Te busqué por la duda:
no te encontraba nunca.
Me fui a tu encuentro
por el dolor.
Tú no venías por allí.
Me metí en lo más hondo
por ver si, al fin, estabas.
Por la angustia,
desgarradora, hiriéndome.
Tú no surgías nunca de la herida.
Y nadie me hizo señas
-un jardín o tus labios,
con árboles, con besos-;
nadie me dijo
-por eso te perdí-
que tú ibas por las últimas
terrazas de la risa,
del gozo, de lo cierto.
Que a ti te encontraba
en las cimas del beso
si duda y sin mañana.
En el vértice puro
de la alegría alta,
multiplicando júbilos
por júbilos, por risas,
por placeres.
Apuntando en el aire
las cifras fabulosas,
sin peso de tu dicha.

FE MÍA

No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.


TÚ NO LAS PUEDES VER

Tú no las puedes ver;
yo, sí.
Claras, redondas, tibias.
Despacio
se van a su destino;
despacio, por marcharse
más tarde de tu carne.
Se van a nada; son
eso no más, su curso.
y una huella, a lo largo,
que se borra en seguida.
¿Astros?

no las puedes besar.
Las beso yo por ti.
Saben; tienen sabor
a los zumos del mundo.
¡Qué gusto negro y denso
a tierra, a sol, a mar!
Se quedan un momento
en el beso, indecisas
entre tu carne fría
y mis labios; por fin
las arranco. Y no sé
si es que eran para mí.
Porque yo no sé nada.
¿Son estrellas, son signos,
son condenas o auroras?
Ni en mirar ni en besar
aprendí lo que eran.
Lo que quieren se queda
allá atrás, todo incógnito.
Y su nombre también.
(Si las llamara lágrimas,
nadie me entendería.)


A TI SÓLO SE LLEGA

A ti sólo se llega
por ti. Te espero.
Yo sí que sé dónde estoy,
mi ciudad, la calle, el nombre
por el que todos me llaman.
Pero no sé dónde estuve
contigo.
Allí me llevaste tú.
¿Cómo
iba a aprender el camino
si yo no miraba a nada
más que a ti,
si el camino era tu andar,
y el final
fue cuando tú te paraste?
¿Qué más podía haber ya
que tú ofrecida, mirándome?
Pero ahora,
¡qué desterrado, qué ausente
es estar donde uno está!
Espero, pasan los trenes,
los azares, las miradas.
Me llevarían adonde
nunca he estado. Pero yo
no quiero los cielos nuevos.
Yo quiero estar donde estuve.
Contigo, volver.
¡Qué novedad tan inmensa
eso, volver otra vez,
repetir lo nunca igual
de aquel asombro infinito!
Y mientras no vengas tú
yo me quedaré en la orilla
de los vuelos, de los sueños,
de la estelas, inmóvil!
Porque sé que adonde estuve
ni alas, ni ruedas, ni velas
llevan.
Porque sé que adonde estuve
sólo
se va contigo, por ti.


PERDÓNAME POR IR ASÍ BUSCÁNDOTE…

Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en lo alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eres.

DESPIERTA. EL DÍA TE LLAMA…

Despierta. El día te llama
a tu vida: tu deber.
Y nada más que a vivir.
Arráncale ya a la noche
negadora y a la sombra
que lo celaba, ese cuerpo
por quien aguarda la luz
de puntillas, en el alba.
Ponte en pie, afirma la recta
voluntad simple de ser
pura virgen vertical.
Tómale el temple a tu cuerpo.
¿Frío, calor? Lo dirá
tu sangre contra la nieve,
de detrás de la ventana;
lo dirá
el color en tus mejillas.
Y mira al mundo. Y descansa
sin más hacer que añadir
tu perfección a otro día.
Tu tarea
es llevar tu vida en alto,
jugar con ella, lanzarla
como una voz a las nubes,
a que recoja las luces
que se nos marcharon ya.
Ese es tu sino: vivirte.
No hagas nada.
Tu obra eres tú, nada más.


INMINENCIA

Yo silencioso. Pero
grito, quejido, o risa
dentro y en pie con la ballesta armada.
Yo en tierra. Pero el barco
listo y los huracanes que me lleven.
Yo quieto. Pero
aquí, a los cuatro lados, cuatro tajos.
Yo nada, sombra, pasajero y aire.
Pero, ¡tantos rumbos seguros!
pero ¡tantos soles eternos!
Pero, ¡tantas calmas augustas!
Para mí, sombra, pasajero y aire,
hoy.


QUE SE APAGUEN LAS LUMBRES

¡Que se apaguen las lumbres,
que se paren los labios,
que las voces no digan
ya más: «Te quiero» ¡Que
un gran silencio reine,
una quietud redonda,
y se evite el desastre
que unos labios buscándose
traerían a esta suma
de aciertos que es la tierra!
Que apenas la mirada,
lo que hay más inocente
en el cuerpo del hombre,
se quede conservándole
al amor su futuro,
en esa leve estrella
que los ojos albergan
y que por ser tan pura
no puede romper nada.
Tan débil está el mundo
-cendales o cristales-,
que hay que moverse en él
como en las ilusiones,
donde un amor se puede
morir si hacemos ruido.
Sólo
una trémula espera,
un respirar secreto,
una fe sin señales,
van a poder salvar
hoy,
la gran fragilidad
de este mundo.
Y la nuestra.


SÍ, POR DETRÁS DE LAS GENTES

Te busco.
No en tu nombre, si lo dicen,
no en tu imagen, si la pintan.
Detrás, detrás, más allá.
Por detrás de ti te busco.
No en tu espejo, no en tu letra,
ni en tu alma.
Detrás, más allá.
También detrás, más atrás
de mí te busco. No eres
lo que yo siento de ti.
No eres
lo que me está palpitando
con sangre mía en las venas,
sin ser yo.
Detrás, más allá te busco.
Por encontrarte, dejar
de vivir en ti, en mí,
y en los otros.
Vivir ya detrás de todo,
al otro lado de todo
-por encontrarte-
como si fuese morir.

Pedro Salinas


LI PO -POEMAS MÍSTICOS-

ESPERANDO EL VINO, QUE NO VIENE

Se ha ido a comprar vino
con la jarra de jade,
ligada con seda negra.
Pero ¿qué pasa? ¿Por qué se demora?
Las flores de la montaña,
sonriendo, coquetean conmigo.
Sería el mejor momento
para llevarse la copa a los labios.
Cuando cae la tarde,
beberé junto a la ventana de este,
con los vagos orioles que regresan.
En un día hermoso,
¿puede haber mejor pareja
que este viajero borracho
y la brisa de primavera?

PARTIENDO DE MADRUGADA DE LA CIUDAD DE BAIDI

Digo adiós a Baidi entre arreboles del alba.
Hoy llegaré a mi hogar recorriendo cien leguas.
Aúllan sin cesar monos en ambas riberas.
Se desliza, entre un bosque de montes, mi barca.

CONTEMPLANDO LA MONTAÑA DE LA PUERTA DEL CIELO

La montaña Puerta del Cielo
se parte en dos,
dejando libre curso al río Chu.
Sus aguas de esmeralda
se precipitan hacia el este
y luego giran al norte.
En ambas orillas,
los verdes picos gemelos
se miran cara a cara,
mientras una vela solitaria
está viniendo del sol.

CANTO A LA LUNA DE LA MONTAÑA EMEI

Oh luna de la montaña Emei,
hermoso medio disco de otoño.
Tienes esparcidas tus luces
sobre las impetuosas aguas
del río Ping Qiang.
De noche salgo del Arroyo Diáfano
y paso por las Tres Gargantas.
Te echo de menos y no te veo
hasta que llegamos a Yuzhou.


Li-Po

WANG WEI -POEMAS MÍSTICOS-

EL CERRO DE HUAZI

Los pájaros se han volado
hacia el infinito.
De nuevo montes y sierras
se tiñen de otoño.
Subo y subo, y luego bajo
por el cerro de Huazi.
¡A qué extremo llega
mi inmensa tristeza!

EL CERCADO DE LAS MAGNOLIAS

Las montañas otoñales
recogen la última luz.
Se ha volado la bandada
siguiendo al último pájaro.
De un tiempo a otro brillan
rayos esmeralda.
No tiene donde quedarse
la neblina vespertina.

EL JARDÍN DE LOS CIERVOS

Desierto el monte.
No se ve gente,
mas se oyen voces.
Lo hondo del bosque.
Unos rayos ponientes.
De nuevo resplandece
el musgo verde.

TRINOS EN EL BARRANCO

Los hombres ya descansan.
Caen flores de casia.
Silenciosa la noche.
Primavera en la vacía montaña.
Emerge la luna
y asusta a los pájaros.
Sus chirridos alborotan,
en un instante, el barranco.


Wang Wei

jueves, 25 de septiembre de 2008

BORGES, JORGE LUIS -HAIKUS-

Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.

***


La vasta noche
no es ahora otra cosa
que una fragancia.

***


Hoy no me alegran
los almendros del huerto.
Son tu recuerdo.

***

Desde aquel día

no he movido las piezas
en el tablero.

***


El hombre ha muerto.
La barba no lo sabe.
Crecen las uñas.

***


Ésta es la mano
que alguna vez tocaba
tu cabellera.

***


Bajo el alero
el espejo no copia
más que la luna.

***


Bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola.

***


¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?

***


La vieja mano
sigue trazando versos
para el olvido.

BASHÔ, MATSUO -HAIKUS-

¡De qué árbol en flor
no sé
pero qué perfume!

***

Un leve instante
se retrasa sobre las flores
el claro de luna.

***

Silencio
la voz de la cigarra
penetra las rocas.


***

Bebamos toda la noche
para hacer un tiesto de flores
con el tonel.

***

La primavera pasa
lloran los pájaros y
son lágrimas los ojos de los peces.

***

Las patas de la grulla
se han hecho más cortas
en las lluvias de mayo.

***

No pertenece
ni a la mañana ni a la noche
la flor del melón.

***

El perfume de las orquídeas
en las alas de las mariposas
empalaga.

***

El crisantemo blanco
el ojo no encuentra
la menor impureza

***

En mi copa de sake
han dejado caer barro
las golondrinas.

***

Admirad bien la luna
antes de que corten
los juncos del río.

***

Manchados de barro
por el rocío
los melones parecen más frescos.

***

Ahora que los ojos del halcón
se oscurecen
las codornices pían.


***

La luna en el sexto día
es el momento de asar las gambas
a la caída de la tarde.

***

El rayo
desgarrando la noche negra
el grito de la garza.

***
De cuando en cuando
las nubes acuerdan una pausa
para los que contemplan la luna.

***

Luna veloz
las copas de los árboles
retienen la lluvia.

***

Lluvias frías
hasta el mono quisiera
un abrigo de paja.

***

Nada dice
en el canto de la cigarra
que su fin esté cerca.

***

Nieve matinal
los puerros marcan el nivel
en el huerto.

***

Jardín de invierno
la luna como un hilo
una voz de insecto.

***

Brasas bajo la ceniza
sobre el muro
la sombra del invitado.

***

No olvides nunca
el sabor solitario
del rocío blanco.


Matsuo Bashô

miércoles, 24 de septiembre de 2008

JOSÉ MANUEL MARTÍN PORTALES -POEMAS EN PROSA-

EL MENDIGO (Kojiki)

Toda mirada busca un regazo donde existir y es acogida en los brazos del aire, acunada en la transparencia de las cosas.

Ahí fuera algo sacia. Abrirse es ya ser dueño de la vida. Pero la vida no es algo ya completo. Si un corazón no la anhela, la vida ya no existe.

Aquello que sacia al hombre es la pobreza. Lo que ha de llegar cuando el vacío de uno mismo sea verdadero. La esperanza no sabe lo que espera. Su verdad consiste en eso, en una necesidad que carece de objeto, que no se detiene en lo recibido. En un anhelo que ha de ser colmado por lo imprevisible.

Arrojado a la transparencia del mundo.

LA COMIDA (Shokuji)

Se alimenta de luz el cuerpo del espíritu. El alma transfigura las formas y extrae de ellas lo protegido bajo su oscura consistencia.

Liba, aquí y allá, pequeñas dentelladas de horizonte. Reposa en la abundancia del milagro. Sobrio.

Aquello que se ofrece pertenece al sentido de la necesidad. Muestra así al mundo su perfección precaria y suficiente. Y su encuentro produce soledad: el pan de cada día.

Acumular para el hambre de mañana es una imperfección de la esperanza. Un contrasentido que el hombre ha introducido en el equilibrio del cosmos.

A cada instante le basta su afán.

El que se busca ha sido invitado al ahora.

EL MAR (Umi)

Lo ilimitado muestra su vacío como un don. La Realidad no deja de transformarse en ella misma: lo abismal acude a su nombre para perderse en él.

El que nombra el mar sabe que está mintiendo, sabe que no sabe lo que nombra.

Así también es el presente. Una pura negación. Un sublime estadio de aventura. Así el poema, algo ilimitado latiendo en el ahora-palabra.

Zarandeado una y otra vez, el espíritu descansa en la hermosura, aunque la espuma bulle sobre un pueblo de náufragos. Pero lo que se muestra en la superficie es tan sagrado como lo que se oculta en lo profundo.

El mar esconde lo que muestra. La Totalidad también es monosílaba.

El que se busca santifica el instante.

El que se busca se ofrece a la intemperie.

SOLEDAD DEL HOMBRE (Kodokuna hito)

Acaso toda soledad no sea otra cosa que la apropia­ción de una pérdida de si mismo, un acto de reconoci­miento, como si algo propio se volviese ausencia aunque permaneciese encarnado en nuestro cuerpo. Como si la ausencia se presentase, seductora, fantasmal, a veces impidiéndonos encontrarnos con alguien, a veces obli­gándonos a abrazarlo todo.

De ese gran misterio del corazón nada se sabe, excep­to que acontece. El hecho de que exista el poema nada resuelve, en efecto, pero aquella palabra nacida en sole­dad parece indicar precariamente que la comprensión de lo vivido no está en sus causas sino en su sentido. Como si esa misteriosa experiencia fuese hija del maña­na, no del ayer.

Un hombre solo, acaso por su ‘culpa’; dirán los racionalistas del espíritu. Un hombre solo, acaso por su ‘destino’; pensarán los artistas. Pero más allá de las respuestas, la soledad, a fin de cuentas, quizá no sea otra cosa que una forma de desnudez incomprensible, una metáfora por la que transitamos, algo hasta tal punto inocente que no pueda entenderse ni desde el origen ni desde el destino. Sencillamente forma, forma pura de hallarse entre el Todo y la Nada. Apropiación de la transparencia.

Encarnación del nadie. Pobreza de lo inminente.

El que se busca no sufre compañía.

EL HAMBRE (Ue)

Persistir en la Naturaleza es voluntad del mundo. El hambre es el espíritu del mundo, tal como la sed, algo sagrado para él, algo en lo que busca ser reconocido. Algo ante lo que el hombre comprende que es mundo.

Con el pico desmesuradamente abierto esperan los pájaros recién nacidos, y la amistad también tiene la forma de un banquete.

Cuando falta la leña, el fuego clama oculto como un huérfano, tiembla en la nada de su propia posibilidad inaccesible.

El que se busca se alimenta de la nada.

El que se busca aprende de su estómago.

EL BUDA (Hotoke)

El que ha roto su espejo contempla un rostro sagra­do. Una costumbre de asombros lo protege, pues nada ha conseguido para sí quien reconoce la Totalidad.

De un lado a otro del paisaje, atravesado en deve­nir, herido en forma, sobresaltado en ausencia aquí y allá, lo que se manifiesta persigue a su manifestación.

Ahí sublime, donde muestra la Nada su sentido. Estructura de toda anunciación.

De la indefensión de la misericordia se alimenta el porvenir.

El que se busca se postra ante el azar.

BEBER EL AGUA (Miza o nomu)

Los sentidos permiten que la conciencia no quede atrapada en la contemplación. Nada ha de quedar preso en su imagen. Lo que sucede sólo sucede ahora. Mantener en vilo el presente parece ser el destino que se busca.

La sed es el presente puro de la necesidad, un modo ser del alma. Por eso el agua que se bebe ahora tiene que ver con el espíritu del mundo en el instante de darse al hombre. Beber el agua es un acto de pureza, sin más.

La sed busca a la madre. Beber es encontrarse con la madre. La madre está en la sed, como un anuncio de presencia.

El agua es lo que queda cuando el viento ha atravesado la piedra.

El que se busca se sacia de su necesidad.

EL HOMBRE Y EL MUNDO (Hito to sekai)

Inadvertidamente, la vida se fue posando sobre el mundo. La vida se hizo mundo. Algo que late bajo el cielo, algo que brota y se deshace, arrastrado por el vien­to, que era parte del mundo antes que la vida.

La vida, después, pensó en sí misma. Se hizo con­ciencia y contempló al mundo como algo ajeno. La vida se olvidó de que era mundo y quiso sobreponerse al viento, que era parte del mundo antes de que la vida supiera nada.

Lo extraño del haiku es que supone una conciencia, pero una conciencia que no busca sobreponerse sino más bien intimarse con el mundo. Pareciera, en efecto, que hablase el mundo en el haiku. Que fuese el propio mundo el que está teniendo conciencia de la vida, del hombre.

Pero el mundo no mira al hombre como algo ajeno, y todo lo que dice lo dice humanamente. Una palabra hecha de silencio.

El que se busca se convierte en lenguaje.

EL VIENTO (Kaze)

Juega a deshacer, aun cuando llega con la intención de ofrecer algo perdurable. Cuando su ímpetu se enfren­ta a la piedra, conmueve su vibración y la manera de multiplicarse, después, en pequeñas flechas invisibles que saltan en todas las direcciones. Cuando se enfrenta a la hoja o al pétalo, no es menos emocionante darse cuenta de su impetuosa delicadeza: mece y provoca una ondulación tan sutil que se diría que un ángel ha sido invitado y participa de esa paz junto al testigo.

Más allá de su aliento sagrado, que alimenta el espí­ritu de cada cuerpo y refresca la honda superficie de cada ser, transporta un cúmulo de evidencias remotas: el sonido de pólenes lejanos, el sabor de una música callada, el roce de una idea que eriza la piel... y nos deja ver, a su paso, la esperanza que juega a decir adiós pero no quiere abandonarnos del todo. El alma es un cúmulo de sinestesias.

En las noches en calma se queda como inmóvil, como un hombre ante el Buda. Polvo o lluvia, siempre trae algo entre manos.

Con la misma facilidad que descorre una cortina reinventa los desiertos. Cuando adviertes su presencia ya se ha ido.

El que se busca camina junto al viento.

LA MUERTE (Shi)

Cuando aparece la encarnación de la distancia cual­quier otra presencia es abolida. Como un silencio que al fin es pronunciado y ocupa todo el hábitat del lenguaje.

Las palabras que huyen, ya inútiles, hasta sus últimos significados, no serán comprendidas. Acaso los niños que juegan en la puerta o la brisa del atardecer pueda toda­vía meditarlas un momento, convertirlas en luz en el umbral de la noche, como quien esconde una canica hasta mañana o entierra lentamente una antorcha.

Algo sosegado, como la conquista de un jardín abandonado o la intención de un beso sobre unos labios dormidos, se ejercita entre la niebla exactamente igual que una libélula que se ha desmayado sobre el agua.

Lo inaccesible lanza un gesto de asombro y todo lo que pertenecía al olvido regresa y danza, y a su mane­ra celebra haber sido existencia.

No hay lenguaje, pero entre las tumbas brota la hierba, que no cesa de anunciar.

Del sí al no el camino es muy corto. Del no al sí no hay camino.

El que se busca no volverá a por sus canicas.

MOSCAS Y MOSQUITOS (Hae to ka)

Fluye en pequeñas formas, la vida que se multiplica y se divide en cotidiano aliento. Juega a distan­ciarse, se reúne, renace hacia la muerte, agoniza hacia la manifestación, se encarna como ausencia, desaparece hacia el signo, se proyecta desde lo oculto, se presenta hacia el olvido. La estructura de lo que existe.

Está ahí. Es hábitat, asombro, revelación, silencio. No otra cosa que estancia, equilibrio hacia la perpleji­dad. Número. Música. Algo corpóreo donde el alma se reconoce.

Nada es algo ajeno.

El que se busca descubre una estructura.

LA HIERBA (Kusa)

Algo indecible ha encontrado acomodo y regala su efímera frescura al que no cesa de atravesar los áridos caminos, por donde huye el verdadero nombre de las cosas. Por eso, quizá, una brizna de muerte salpica la mirada que se ha entretenido junto la humilde hija de la lluvia.

Algo profundo, sin embargo, como un cielo de tierra o un gesto amable que esconde su amargura, le ha lla­mado desde la misteriosa certeza con la que suele maniatar la ternura a quien pasa a su lado.

Distraídamente ha comprendido que todo conoci­miento es paisaje, y que el camino de lo que va a des­aparecer está plagado de presencias que anuncian algo eterno.

Quizá los últimos días de la primavera.

El que se busca descansa en el olvido.

LA LUNA (Tsuki)

Toda soledad merodea una perfección, crece hacia la nada plena. La visitación de la luz encuentra cuerpo allí, sombra transfigurada, cuando el olvido se ha hecho perceptible y acaba siendo femenino en su última trans­formación.

Leche de manantial. Dulce augurio azul en el cen­tro de la constelación sangrante. La que está hecha de tiempo. Volvedora.

Como una victoria del lenguaje sobre la inagotable música incomprensible. Alma del logos. Materia de un ángel interior. Piedra de luz gobernando la noche de los hombres.

Supremo ahí sostenido por adverbios incandescentes. Descripción exacta del silencio.

El que se busca se deja iluminar por la sombra.

LA VEJEZ (Oi)

Cumplido el tiempo, el corazón reúne la memoria deshilachada que ahora revela, más allá del dibujo, los trazos del pincel sobre la tela húmeda. Lo que soñamos apenas aparece ante nosotros como una perfección de ausencias líquidas. Como agua a punto de no ser llu­via o arroyo, ni charco, ni manantial, ni mar siquiera. Sólo agua latente en la consumación de la edad.

La aproximación del olvido, patria al fin, inminen­cia de toda transformación, deja en el alma una can­ción en ruinas que se repartirán los pájaros del silencio, mientras el cuerpo obedece y es conducido hacia la madre como un niño remoto.

Lo que se tuvo un día como presencia se tiene ahora como una pérdida. Como si el mundo que nos sostuvo se echara ahora en nuestros brazos para ser sostenido por nosotros o para quedarse dormido pegado a nuestro sueño.

Orfandad traspasada de maternal lenguaje.

El que se busca ha incendiado el silencio.

LAS NUBES (Kumo)

Lo que da de vivir pasa como si nada. Pero su leja­nía de caprichosas formas esconde el elixir de la flora­ción y la amenaza del aguacero.

En su húmedo corazón se complace la luz y descan­sa, agotada de vagar por la inconcebible transparencia.

Pero su perfección consiste en lo puro de su indife­rencia, en el modo que tienen de no pertenecer a quien goza o teme contemplándolas.

Hijas de la intemperie, en su vientre consuma el viento su inaccesible hondura.

Cuando desaparecen, su ausencia deja pasar la luz. El que se busca está protegido por la sombra.

LA DESNUDEZ (Hadaka)

Con indolente sencillez regresa el cuerpo, a veces, a su intemperie, como si se adentrara en un huerto soli­tario por el mero hecho de una pequeña predisposición, o permitiera que el alma se hiciese visible por completo.

Entonces recorren el paisaje evidencias casi irrecono­cibles, como llegadas de un tiempo remoto o futuro, señales de todas partes que se abrazan a nuestra más íntima frontera y nos susurran al oído una consigna, acaso una canción antigua que aún recordamos.

Todo se vuelve silencioso. Todo significa sin necesi­dad de haber sido expresado.

El despojo atrae la compañía. Sólo la desnudez acce­de a lo evidente.

El que se busca añora la transparencia.

EL ALCOHÓLICO (Sake-nomi)

Como una costumbre despiadada por la que huir hacia la ausencia, el sake liberó a Santoka de la cárcel de los otros y le condujo a la cárcel interior, desde la que salía cada mañana sin rumbo, hacia no se sabe qué encuentro.

Imposible de ser dueño de sí, acaso fue construyendo lentamente una forma frágil de piedad en la que fueron instalándose las cosas y los seres que no encontraron morada en otro sitio.

Allí, en su contradicción, poblado de agónicas luciérnagas, como encerrado en una luz de polvo o acorralado por ángeles de luto, convivió muchos años con la deformada evidencia de su propio abandono, como quien camina sin tregua hacia el abismo sin sospechar que toda desesperación es una forma de humildad donde termina habitando la misericordia.

Ajeno, deshabitado, en puro vaivén de su agonía, a cuestas con su muerte, el mundo, sin embargo, estaba ahí y a su manera latía para él con la sagrada compasión de una presencia.

Memoria sin esperanza, sorbo a sorbo.

El que se busca anda ebrio de pérdidas.

LAS HOJAS CAÍDAS (Ochiba)

El tiempo de la espera culmina en una floración de la pobreza, porque toda esperanza obliga a la memoria a desprenderse de lo que habla soñado.

Desde el frondoso árbol de quien se cree dueño de su vida, van cayendo las hojas, una a una, hasta que lo que ha sido encuentra en lo profundo de su nada el fruto irreconocible de lo que es.

Incluso el lenguaje se queda sin motivos para significar. Y el poema, construida la ruina del olvido, sospecha la identidad del sin sentido en la palabra del ser.

Aquí y allá. Como una alfombra de instantes derrotados en busca del no tiempo.

Lo sido fermenta en su silencio.

El que se busca ya no puede volver.

LA MONTAÑA (Yama)

Llamamos lo sagrado al lugar del encuentro. Un hábitat de majestad vacía, prolongación visible de lo invisible, corazón mágico de la Realidad, ajeno como el límite de lo más íntimo.

Estructura sin fondo. Paisaje abierto. Epicentro de un sueño en cuyo núcleo late el origen del porvenir. Tiempo desesperadamente abolido es su presencia.

Contra la horizontalidad de todo pensamiento, corpórea como una determinación, pozo invertido de la alquimia, signo de transformación, tierra sin más amontonada sobre la inalcanzable liturgia del horizonte. Clamor petrificado. Altar del mundo donde se inmola la inminencia.

Nada en revelación. Fortaleza del olvido.

El que se busca desciende a lo más alto.

LA PRIMAVERA (Haru)

La esperaba desde niño. La esperaba como abriéndose a sí misma. La esperaba como una prolongación de la misericordia de la que se alimenta el corazón cada atardecer. Pero ella, al fin, en su humilde majestad, apareció allí, tras la ventana, como algo inesperado, como una súbita pasión que te abraza sin darte tiempo a decidir. A veces, con el amor pasa lo mismo.

En lo más alto ha de aparecer un día lo que estuvo oculto, podrido, huérfano. Lo que entendió la muerte como una maduración. Lo que esperaba sin saber. Alzarse lo que un día se amamantó de inviernos y de tumbas.

Como un gran concierto de pequeñas señales luminosas, lo que había sido silencio y polvo abandonado.

Todo parece obedecer a su tiempo. Acude a su horizonte.

El que se busca no deja de pasar.

LA NIEVE (Yuki)

Lo sagrado acontece en la víspera del conocimiento. Después ya sólo queda el símbolo, que oculta lo que revela y muestra lo que esconde. Cuando aparece ahí, en breves copos infinitos, la extraña hierofanía, algo interior se desvanece, como impulsado hacia lo informe, lúcido y desesperado hacia la paz.

El aliento interior se hace cargo del paisaje y es imposible ya saber si va o si viene, pues el tiempo ha sido obligado a postrarse ante el signo que se deshace.

Éxtasis de lo ausente, su presencia.

El que se busca se olvida de sus huellas.

LA LLUVIA (Ame)

Bajo la bóveda del arco iris amanece un país interior. Goza en su intimidad la materia del mundo. Algo fértil derrama su canción como una palabra pura sobre la geografía del silencio.

Algo inocente percute sobre el vientre de la piedra provocando los signos de la felicidad.

Sobrepasado por el clamor de las semillas, aturdido por la benevolencia del destino, confuso, tal vez, ante tan evidente milagro, el futuro se reconcilia con su origen y lo que ha de venir se deja contemplar como una simple costumbre de la vida. Bajo la lluvia.

Indefenso ante la contundencia de la manifestación, el que así recibe el signo renace en el olvido: el no lugar de toda percepción.

Más allá del cuerpo y el alma. Bajo la lluvia.

El que se busca se expone a la ternura.

EL INVIERNO (Fuyu)

Pleno en su intimidad, crece desde los ocres a los grises, antes de inaugurar el blanco donde encuentra reposo el 'verde ácido de la humedad que conduce la mirada hacia un recodo del futuro. Surge entonces el verde, más allá.

El silencio, entonces, comienza su lenta descomposición hasta que cada hombre reconoce su significado y lo acuna en susurros casi imperceptibles. Canciones de cuna en la ceniza.

Gravita, al fin, un hilo de ausencia que entreteje la Realidad, para que el mundo retorne a su propia emergencia. Inagotable.

Incomprensiblemente, la desolación se torna nutricia de algún modo y cada soledad, en un gesto de ternura ajada, se convierte en ubre, derramándose sobre lo que se oxida.

Algo que era íntimo y doloroso se apacigua ante la madre del silencio. Lo que va a ser, clama.

El que se busca hace fértil al mundo.

EL PEREGRINO (Junrê-Sha)

Desnudo de todo pensamiento, hacia el reino interior de la actitud, el buscador de sendas advierte el no lugar de toda decisión.

Desde la leve consistencia del lenguaje, como una antorcha a punto de desaparecer, descubre, acaso, el modo de interpretar el horizonte.

Algo que pertenece al tiempo de la vida medita más allá de la inquietud. Algo desprovisto de razón parece florecer en la sublime orfandad de la existencia.

Cada cual debiera aventurarse hacia su nadie pleno. A su modo, todo lo que palpita, incluso el hombre, busca a ciegas la música que le ayude a danzar hacia el silencio.

El porvenir reúne sus vacíos.

El que se busca no tiene donde ir.

José Manuel Martín Portales

BÉCQUER, GUSTAVO ADOLFO - POEMAS MÍSTICOS-

RIMA VIII

Cuando miro el azul horizonte
perderse a los lejos
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto,
me parece posible arrancarme
del mísero suelo,
y flotar con la niebla dorada
en átomos leves
cual ella deshecho.

Cuando miro de noche, en el fondo
oscuro del cielo,
las estrellas temblar, como ardientes
pupilas de fuego,
me parece posible a do brillan
subir en un vuelo
y anegarme en su luz y con ellas,
en lumbre encendido
fundirme en un beso.

En el mar de la duda en que bogo
ni aun sé lo que creo:
¡sin embargo, estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro!...

RIMA XLVII

Yo me he asomado a las profundas simas

de la Tierra y del Cielo,
y les he visto el fin, o con los ojos
o con el pensamiento.

Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo
y me incliné por verlo,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡tan hondo era y tan negro!


RIMA XC.- ES UN SUEÑO LA VIDA

Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo...


¡Ojalá fuera un sueño
muy largo y muy profundo:
un sueño que durara hasta la muerte!...
Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

RIMA XCV.- LA GOTA DE ROCÍO

La gota de rocío que en el cáliz
duerme de la blanquísima azucena,
es el palacio de cristal en donde
vive el genio feliz de la pureza.

Él le da su misterio y poesía;
él, su aroma balsámico le presta.

¡Ay de la flor, si de la luz al beso
se evapora esa perla!

RIMA LXIX

Al brillar un relámpago nacemos
y aún dura su fulgor cuando morimos,
¡Tan corto es el vivir!

La gloria y el amor tras que corremos
sombras de un sueño son que perseguimos.
¡Despertar es morir!

RIMA X

Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman,
el cielo se deshace en rayos de oro,
la tierra se estremece alborozada.

Oigo flotando en las olas de armonías
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
¡Es el amor que pasa!

RIMA IV

No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a do camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía!

Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo
y me incliné por verlo,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡tan hondo era y tan negro!

Gustavo Adolfo Bécquer