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Para amantes de la poesía, ya están disponibles en las webs de Amazon, y en formato E-Book, los 12 mejores Poemarios de Luis Ángel Barquín:

- Luz de marzo
- Compromiso
- Sonetos para una tarde de verano
- Más allá de las palabras
- Página
- Pulso
- Una luz en la luz
- Dhyana (en meditación)
- Cuaderno del vacío
- Esencia
- Ser
- Poemas de amor


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jueves, 30 de septiembre de 2010

SENTADO SOBRE UN GOLFO DE SOMBRA

      Sentado sobre un golfo de sombra vas siendo ya sombra tú todo. Sombra tu cabeza, sombra tu vientre, sombra tu vida misma.
      En vano escuchas la canción del muchacho jovial. Es una canción impersonal, exactamente pudiera ser otra canción cualquiera, y ése es el motivo de que te sientas atraído por el canto y su cantor.
      Cuida tu sombra; dentro de tiempo ni sombra serás. Cuida tu pecho y tus sueños, cuida tu cabeza, que ya es una nube y se pierde, como chal delicado, en la tempestad orquestada.
      Sube a las cariátides fraudulentas; grita desde allí sobre la arcilla y la lana. Grita, grita, vuelve tus manos del revés. Luego podrás tenderte confiado bajo tu propia sombra.
      El resto es el amor evangélico.

Luis Cernuda

PARA UNOS VIVIR

      Para unos vivir es pisar cristales con los pies desnudos; para otros vivir es mirar el sol frente a frente.
      La plaza cuenta días y horas por cada niño que muere. Una flor se abre, una torre se hunde.
      Todo es igual. Tendí mi brazo; no llovía. Pisé cristales; no había sol. Miré, la luna; no había playa.
      Qué más da. Tu destino es mirar las torres que levantan, las flores que abren, los niños que mueren; aparte, como naipe cuya baraja se ha perdido.

Luis Cernuda

LA PRIMAVERA

Este año no conoces el despertar de la primavera por aquellos campos, cuando bajo el cielo gris, bien temprano a la mañana, oías los silbos impacientes de los pájaros, extrañando en las ramas aún secas la hojosa espesura húmeda de rocío que ya debía cobijarles. En lugar de praderas sembradas por las corolas del azafrán, tienes el asfalto sucio de estas calles; y no es el aire marceño de tibieza prematura, sino el frío retrasado quien te asalta en tu deambular, helándote a cada esquina.

Abstraído en ese imaginar, marchas con nostalgia por la avenida del parque, donde revuela espectral a ras de tierra y te precede, fugitiva ala terrosa, una hoja del otoño último. Tan reseca es y oscura, que se diría muerta años atrás; imposible su verdor y frescura idos, como la juventud de aquel viejo, inmóvil allá, traspuesta la reja, hombros encogidos, manos en los bolsillos, aguardando no sabes qué.

Al acercarte luego, hallas que el viejo tiene a sus pies manojos de flores tempranas, asfodelos, jacintos, tulipanes, de vívidos colores increíbles en esta atmósfera aterida. Casi da pena verlas así, expuestas en mercado norteño, como si ellas también sintieran su hermosura indefensa ante la hostilidad sombría del ambiente.

Pero la primavera está ahí, loca y generosa. Llama a tus sentidos, y a través de ellos a tu corazón, adonde entra templando tu sangre e iluminando tu mente; quienes a la invocación mágica, a pesar del frío, lo sórdido, la carencia de luz, no pueden contener el júbilo vernal que estas flores, como promesa suya, te han traído e infundido en tu miedo, tu desesperanza y tu apatía.

Luis Cernuda

EL TIEMPO

LLEGA un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien.) Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre una vez ha vivido libre del aguijón de la muerte. ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?

Recuerdo aquel rincón del patio en la casa natal, yo a solas y sentado en el primer peldaño de la escalera de mármol. La vela estaba echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra, y sobre la lona, por donde se filtraba tamizada la luz del mediodía, una estrella destacaba sus seis puntas de paño rojo. Subían hasta los balcones abiertos, por el hueco del patio, las hojas anchas de las latanias, de un verde oscuro y brillante, y abajo, en torno de la fuente, estaban agrupadas las matas floridas de adelfas y azaleas. Sonaba el agua al caer con un ritmo igual, adormecedor, y allá en el fondo del agua unos peces escarlata nadaban con inquieto movimiento, centelleando sus escamas en un relámpago de oro. Disuelta en el ambiente había una languidez que lentamente iba invadiendo mi cuerpo.

Allí, en el absoluto silencio estival, subrayado por el rumor del agua, los ojos abiertos a una clara penumbra que realzaba la vida misteriosa de las cosas, he visto cómo las horas quedaban inmóviles, suspensas en el aire, tal la nube que oculta un dios, puras y aéreas, sin pasar.

Luis Cernuda

EL MIRLO

MARZO anochece gris entre los olmos desnudos, aunque sobre la hierba, donde el asfodelo y el jacinto ya apuntan en sus tallos, están abiertas las corolas del azafrán, encendidas de color lo mismo que una mejilla fresca contra este aire punzante. Cerca, desde tal cima sin hoja o cual alero, echándose penas a la espalda, silba sentido e irónico algún mirlo.

Tiene su cantar ahora la misma ligereza sin cansancio ni sombra que tuvo a la mañana, y al recogerse tras de la jornada volandera calla en su garganta la misma voz alegre de su despertar. Para él la luz del poniente es idéntica a la del oriente, su sosiego de plumas tibias ovilladas en el nido, idéntico a su vuelo de cruz loca por el aire, donde halla materia de tantas coplas silbadas. Desde el aire trae a la tierra alguna semilla divina, un poco de luz mojada de rocío, con las cuales parece nutrir su existencia, no de pájaro sino de flor, y a las cuales debe esas notas claras, líquidas, traspasando su garganta. Igual que la violeta llena con su olor el aire de marzo, el mirlo llena con su voz la tierra de marzo. Y equivalente oposición dialéctica, primaveral e inverniza, a la que expresa el tiempo en esos días, es la de pasión y burla que expresa el pájaro en esas notas.

Como si la muerte no existiera, ¿qué puede importarle al mirlo la muerte?, como si ella con su flecha pesada y dura no pudiera pasarle, silba el pájaro alegre, libre de toda razón humana. Y su alegría contagiosa prende en el espíritu de quien oscuramente le escucha, formando con este espíritu y aquel cantar, tal la luz con el agua, un solo volumen etéreo.

Luis Cernuda

LA CIUDAD A DISTANCIA

EN el esplendor del mediodía estival, iba el barco hacia San Juan, río abajo. Cantaban las cigarras desde las márgenes, entre las ramas de álamos y castaños, y el agua, de un turbio color rosáceo de arcilla, se cerraba perezosa sobre la estela irisada. En la pesadez ardiente del aire, era grato sentir el leve vaivén con que el agua mecía la embarcación, llevándonos con ella, sin un deseo el cuerpo, sin un cuidado el alma.

El pueblo estaba en la ladera de una colina. Las casas blancas, de rejas verdes, quedaban abajo, y por el camino que subía, cortada su pendiente con escalones y rellanos, brillaba el polvo bajo la mancha gris de los olivos.

Arriba estaba la iglesia, y dentro de ella, al fondo, a través de la penumbra, se vislumbraba el huerto: una galería cubierta por verde emparrado que la luz teñía con un viso de oro traslúcido. Al salir afuera, sobre el repecho del terrado, surgía la vega dilatada, la tierra de cálidos tonos que oscurecían los sembrados, el río ancho y tranquilo, sobre cuyas aguas centelleaba el sol.

Más allá, de la otra margen, estaba la ciudad, la aérea silueta de sus edificios claros, que la luz, velándolos en la distancia, fundía en un tono gris de plata. Sobre las casas todas se erguía la catedral, y sobre ella aún la torre, esbelta como una palma morena. Al pie de la ciudad, brotaban desde el río las jarcias, las velas de los barcos anclados.

Junto al muro encalado donde se abría aquel balcón, en la terraza, estaba adosado un banco que ofrecía asiento a la sombra. Todo aparecía allá abajo: vega, río, ciudad, agitándose dulcemente como un cuerpo dormido. Y el son de las campanas de la catedral, que llegaba puro y ligero a través del aire, era como la respiración misma de su sueño.

Luis Cernuda

ESCRITO EN EL AGUA

Desde niño, tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado la eternidad. Todo contribuía alrededor mío, durante mis primeros años, a mantener en mí la ilusión y la creencia en lo permanente: la casa familiar inmutable, los accidentes idénticos de mi vida. Si algo cambiaba, era para volver más tarde a lo acostumbrado, sucediéndose todo como las estaciones en el ciclo del año, y tras la diversidad aparente siempre se traslucía la unidad íntima.

Pero terminó la niñez y caí en el mundo. Las gentes morían en torno mío y las casas se arruinaban. Como entonces me poseía el delirio del amor, no tuve una mirada siquiera para aquellos testimonios de la caducidad humana. Si había descubierto el secreto de la eternidad, si yo poseía la eternidad en mi espíritu, ¿qué me importaba lo demás? Mas apenas me acercaba a estrechar un cuerpo contra el mío, cuando con mi deseo creía infundirle permanencia, huía de mis brazos dejándolos vacíos.

Después amé los animales, los árboles (he amado un chopo, he amado un álamo blanco), la tierra. Todo desaparecía, poniendo en mi soledad el sentimiento amargo de lo efímero. Yo sólo parecía duradero entre la fuga de las cosas. Y entonces, fija y cruel, surgió en mí la idea de mi propia desaparición, de cómo también yo me partiría un día de mí.

¡Dios!, exclamé entonces: dame la eternidad. Dios era ya para mi el amor no conseguido en este mundo, el amor nunca roto, triunfante sobre la astucia bicorne del tiempo y de la muerte. Y amé a Dios como al amigo incomparable y perfecto.

Fue un sueño más, porque Dios no existe. Me lo dijo la hoja seca caída, que un pie deshace al pasar. Me lo dijo el pájaro muerto, inerte sobre la tierra el ala rota y podrida. Me lo dijo la conciencia, que un día ha de perderse en la vastedad del no ser. Y si Dios no existe, ¿cómo puedo existir yo? Yo no existo ni aun ahora, que como una sombra me arrastro entre el delirio de sombras, respirando estas palabras desalentadas, testimonio (¿de quién y para quién?) absurdo de mi existencia.

Luis Cernuda

LA SOLEDAD

La soledad está en todo para ti, y todo para ti está en la soledad. Isla feliz adonde tantas veces te acogiste, compenetrado mejor con la vida y con sus designios, trayendo allá, como quien trae del mercado unas flores cuyos pétalos luego abrirán en plenitud recatada, la turbulencia que poco a poco ha de sedimentar las imágenes, las ideas.

Hay quienes en medio de la vida la perciben apresuradamente, y son los improvisadores; pero hay también quienes necesitan distanciarse de ella para verla mas y mejor, y son los contempladores. El presente es demasiado brusco, no pocas veces lleno de incongruencia irónica, y conviene distanciarse de él para comprender su sorpresa y su reiteración.

Entre los otros y tú, entre el amor y tú, entre la vida y tú, está la soledad. Mas esa soledad, que de todo te separa, no te apena. ¿Por qué habría de apenarte? Cuenta hecha con todo, con la tierra, con la tradición, con los  hombres, a ninguno debes tanto como a la soledad. Poco o mucho, lo que tú seas, a ella se lo debes.

De niño, cuando a la noche veías el cielo, cuyas estrellas semejaban miradas amigas llenando la oscuridad de misteriosa simpatía, la vastedad de los espacios no te arredraba, sino al contrario, te suspendía en embeleso confiado. Allá entre las constelaciones brillaba la tuya, clara como el agua, luciente como el carbón que es el diamante: la constelación de la soledad, invisible para tantos, evidente y benéfica para algunos, entre los cuales has tenido la suerte de contarte.

Luis Cernuda

EL RÍO

Mirando volver la primavera por esta isla, nido de cisnes en medio del océano, al recuerdo de nubes y lluvias meses atrás comprendes cómo es tan leve y tan claro, casi líquido, el verdor que las hojas tienen ahora. No fue luz sino agua quien las hizo brotar, trayendo con ellas, en vez de una sugerencia de luz, tal en climas soleados, una sugerencia de aguas escondidas. Así, delicadas, traslúcidas, pueblan las ramas, de estos olmos en la tarde fluvial, y movidas por el viento, aunque el mar está lejos, respiran aliento marino.

Pero el agua está aquí, al pie de los árboles, toda de verde apacible gemelo al de las hojas, en el río, por donde a lo lejos avanza una flota de cisnes isleños; y más ligera, más deslizadamente que las aves mismas, unos esquifes delgados y agudos como flecha, movidos por el joven remero ¿o arquero? desnudo, generando con ritmo ágil su propia exhalación acuática.

El verles huir así solicita al deseo doblemente, porque a tu admiración de la juventud ajena se une hoy tu nostalgia de la propia, ya ida, tirando dolida de ti desde las criaturas que ahora la poseen. El amor escapa hacia la corriente verde, hostigado por el deseo imposible de poseer otra vez, con el ser y por el ser deseado, el tiempo de aquella juventud sonriente y codiciable, que llevan consigo, como si fuera eternamente, los remeros primaverales.


Luis Cernuda

[EL ORO fatigado...]

EL ORO fatigado envuelto en sangre de las tierras del sur. Los perros vagabundos llegaban hasta el límite frío de los vientos para morir. Nadie habitaba ya el lugar incierto. Óxidos. Nadie. Los luminosos cuarzos amarillos incendiaba en su rápido descenso el sol. Después, la sombra como una antorcha helada en todos los caminos que llevan al vacío. La soledad hambrienta devora las figuras. Sube el silencio contra el cielo, enorme, como un grande alarido.

José Ángel Valente

PÁJARO LOCO, ESCÁNDALO

Vino el escándalo. Pintó de rojo todas las paredes. Saltó de rama en rama, de solapa en solapa, igual que un pájaro. Pájaro loco, escándalo. Picoteaste granos en mi palma. Te abrí mi puerta. Vuela ahora. Haz estallar el tímpano del necio. No dejes al honrado, persíguele debajo de su cama sombría. Incendia las esquinas. Pon tu súbita antorcha en los ojos extintos del menguado. Haz caer al incólume. Despierta al sordo. Y vuela. Vuela y vuelve. Vuelve, pájaro loco, a posarte en mi mano.

QUÉ ERA

Qué era la soledad, pregunto, el rostro tuyo al fin frente a la nada, el tiempo que de pronto dejaba de ser tiempo empozado en sí mismo, la línea hiriente de oscura luz que invadía tus ojos y tú empezabas a marchar por ella, sin red y sin testigo, cuando se deslizó la sombra por tu sangre hacia tu adentro y allí te desnaciste.

José Ángel Valente

CABO DE GATA

EL cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la cabellera anegada en el mar. El color no es color; es tan sólo la luz. Y la luz sucedía a la luz en láminas de tenue transparencia. El cabo baja hacia las aguas, dibujado perfil por la mano de un dios que aquí encontrara acabamiento, la perfección del sacrificio, delgadez de la línea que engendra un horizonte o el deseo sin fin de lo lejano. El dios y el mar. Y más allá, los dioses y los mares. Siempre. Como las aguas besan las arenas y tan sólo se alejan para volver, regreso a tu cintura, a tus labios mojados por el tiempo, a la luz de tu piel que el viento bajo de la tarde enciende. Territorio, tu cuerpo. El descenso afilado de la piedra hacia el mar, del cabo hacia las aguas. Y el vacío de todo lo creado envolvente, materno, como inmensa morada.

José Ángel Valente

ESPACIO

Y todas las cosas para llegar a ser se miran en el vacío espejo de su nada.

José Ángel Valente

CERO, MATRIZ DE LO POSIBLE

EN la sala hay un viejo reloj de madera semiempotrado en el muro. Un niño toca el reloj: el péndulo se detiene. Como lo divino es indiferente a la forma, el tiempo, número del movimiento, sería indiferente a la cantidad. El péndulo se detiene. Sólo en el péndulo parado se inscribe en verdad el ser del tiempo.


José Ángel Valente

CENTRO

Alrededor de la hembra solar aún sigue girando oscuro el universo.

José Ángel Valente

LOTÓFAGOS

Estábamos en un desierto confrontados con nuestra propia imagen que no reconociéramos. Perdimos la memoria. En la noche se tiende un ala sin pasado. Desconocemos la melancolía y la fidelidad y la muerte. Nada parece llegar hasta nosotros, máscaras necias con las cuencas vacías. Nada seríamos capaces de engendrar. Un leve viento cálido viene todavía desde el lejano sur. ¿Era eso el recuerdo?

José Ángel Valente

NOTA. 2- EL PAÍS DE LOS LOTÓFAGOS

Cuando salieron de Troya los vientos les fueron desfavorables y llevaron los barcos a la deriva hacia el sur, muy lejos de la ruta de Itaca. Después de muchos días de viaje llegaron al País del Loto donde la gente se alimentaba sólo de flores. Los tres hombres que Ulises mandó a por agua y provisiones a tierra fueron recibidos muy amistosamente por los habitantes de este País que les ofrecieron para comer la "flor del loto", una flor de un dulzor tan maravilloso que los que la comían se olvidaban de todo y sólo querían quedarse para siempre en esa tierra y vivir en un sueño feliz, sin preocuparse de nada. Cuando Ulises descubrió lo que había ocurrido desembarcó con el resto de sus compañeros, ató de pies y manos a los tres hombres adormecidos por la flor del loto, los llevó a los barcos y, temiendo que otros hombres probaran también el loto, ordenó que desplegaran las velas y remaran con fuerza para escapar cuanto antes del País de los lotófagos.
NOTA.
1- lotófago, -a (del gr. "lotophágos", que come loto) adj. y n. Se dice del individuo de ciertos pueblos que habitaban en la costa septentrional de Africa y que se alimentaban con los frutos del loto. Se utiliza también como sustantivo y más en plural.

NADIE

Flotar en la incierta realidad del ser, tentar a ciegas lo improbable, no tener asidero en tanta sombra. Los cuerpos de los ahogados en la mar meditan boca abajo, pero no ven el fondo con los ojos vacíos. El anciano volvió con una antorcha e iluminó los barcos naufragados. Se alzó desde la noche un coro en una lengua imposible de interpretar. Ésta es la verdadera canción, pensaste, y luego te fuiste diluyendo, despacio, muy despacio, en lo no descifrable.

José Ángel Valente

DESDE EL OTRO COSTADO

Ha pasado algún tiempo. El tiempo pasa y no deja nada. Lleva, arrastra muchas cosas consigo. El vacío, deja el vacío. Dejarse vaciar por el tiempo como se dejan vaciar los pequeños crustáceos y moluscos por el mar. El tiempo es como el mar. Nos va gastando hasta que somos transparentes. Nos da la transparencia para que el mundo pueda verse a través de nosotros o pueda oírse como oímos el sempiterno rumor del mar en la concavidad de una caracola. El mar, el tiempo, alrededores de lo que no podemos medir y nos contiene.

José Ángel Valente

IN PACE

Tú duermes en tu noche sumergido. Estás en paz. Yo araño las heladas paredes de tu ausencia, los muros no agrietados por el tiempo que no puede durar bajo tus párpados. Ceniza tú. Yo sangre. Leve hoja tu voz. Pétreo este canto. Tú ya no eres ni siquiera tú. Yo, tu vacío. Memoria yo de ti, tenue, lejano, que no podrás ya nunca recordarme.

José Ángel Valente

CAER EN VERTICAL

Caer en vertical. Sueño sin fin de la caída. Qué repentina formación el ala.

José Ángel Valente

AUSENCIA

Este sueño, que acabo de soñar y en cuyo tenue borde te hiciste no visible, limita con la nada.

José Ángel Valente

miércoles, 29 de septiembre de 2010

EL ACORDE

A Jacobo Muñoz

El murciélago y el mirlo pueden disputarse por turno el dominio de tu espíritu; unas veces norteño, solitario, olvidado en la lectura, centrado en ti; otras sureño, esparcido, soleado, en busca del goce momentáneo. Pero en una y otra figuración espiritual, siempre hondamente susceptible de temblar al acorde, cuando el acorde llega.

Comenzó con la adolescencia, y nunca se produjo ni se produce de por sí, sino que necesitaba y necesita de un estímulo. ¿Estímulo o complicidad? Para ocurrir requiere, perdiendo pie en el oleaje sonoro, oír música; mas aunque sin música nunca se produce, la música no siempre y rara vez lo supone.

Mírale: de niño, sentado a solas y quieto, escuchando absorto; de grande, sentado a solas y quieto, escuchando absorto. Es que vive una experiencia, ¿cómo dirías?, de orden «místico». Ya sabemos, ya sabemos: la palabra es equívoca; pero ahí queda lanzada, por lo que valga, con su más y su menos.

Es primero, ¿un cambio de velocidad? No; no es eso. El curso normal en la conciencia del existir parece enfebrecerse, hasta vislumbrar, como presentimiento, no lo que ha de ocurrir, sino lo que debiera ocurrir. La vida se intensifica y, llena de sí misma, toca un punto más allá del cual no llegaría sin romperse.

¿Como si se abriese una puerta? No, porque todo está abierto: un arco al epacio ilimitado, donde tiende sus alas la leyenda real. Por ahí se va, del mundo diario, al otro extraño y desusado. La circunstancia personal se une así al fenómeno cósmico, y la emoción al transporte de los elementos.

El instante queda sustraído al tiempo, y en ese instante intemporal se divisa la sombra de un gozo intemporal, cifra de todos los gozos terrestres, que estuvieran al alcance. Tanto parece posible o imposible (a esa intensidad del existir qué importa ganar o perder), y es nuestro o se diría que ha de ser nuestro. ¿No lo asegura la música afuera y el ritmo de la sangre adentro?

Plenitud que, repetida a lo largo de la vida es siempre la misma; ni recuerdo atávico, ni presagio de lo venidero: testimonio de lo que pudiera ser el estar vivo en nuestro mundo. Lo más parecido a ella es ese adentrarse por otro cuerpo en el momento del éxtasis, de la unión con la vida a través del cuerpo deseado.

En otra ocasión lo has dicho: nada puedes percibir, querer ni entender si no entra en ti primero por el sexo, de ahí al corazón y luego a la mente. Por eso tu experiencia, tu acorde místico, comienza como una prefiguración sexual. Pero no es posible buscarlo ni provocarlo a voluntad; se da cuando y como él quiere.

Borrando lo que llaman otredad, eres, gracias a él, uno con el mundo, eres el mundo. Palabra que pudiera designarle no la hay en nuestra lengua: Gemiit: unidad de sentimiento y consciencia; ser, existir, puramente y sin confusión. Como dijo alguien que acaso sintió algo equivalente, a lo divino, como tú a lo humano, mucho va de estar a estar. Mucho también de existir a existir.

Y lo que va del uno al otro caso es eso: el acorde.

Luis Cernuda

LAS HOJAS CAÍDAS (Ochiba)

El tiempo de la espera culmina en una floración de la pobreza, porque toda esperanza obliga a la memoria a desprenderse de lo que habla soñado.

Desde el frondoso árbol de quien se cree dueño de su vida, van cayendo las hojas, una a una, hasta que lo que ha sido encuentra en lo profundo de su nada el fruto irreconocible de lo que es.

Incluso el lenguaje se queda sin motivos para significar. Y el poema, construida la ruina del olvido, sospecha la identidad del sin sentido en la palabra del ser.

Aquí y allá. Como una alfombra de instantes derrotados en busca del no tiempo.

Lo sido fermenta en su silencio.

El que se busca ya no puede volver.

José Manuel Martín Portales

EL ALCOHÓLICO (Sake-nomi)

Como una costumbre despiadada por la que huir hacia la ausencia, el sake liberó a Santoka de la cárcel de los otros y le condujo a la cárcel interior, desde la que salía cada mañana sin rumbo, hacia no se sabe qué encuentro.

Imposible de ser dueño de sí, acaso fue construyendo lentamente una forma frágil de piedad en la que fueron instalándose las cosas y los seres que no encontraron morada en otro sitio.

Allí, en su contradicción, poblado de agónicas luciérnagas, como encerrado en una luz de polvo o acorralado por ángeles de luto, convivió muchos años con la deformada evidencia de su propio abandono, como quien camina sin tregua hacia el abismo sin sospechar que toda desesperación es una forma de humildad donde termina habitando la misericordia.

Ajeno, deshabitado, en puro vaivén de su agonía, a cuestas con su muerte, el mundo, sin embargo, estaba ahí y a su manera latía para él con la sagrada compasión de una presencia.

Memoria sin esperanza, sorbo a sorbo.

El que se busca anda ebrio de pérdidas.

José Manuel Martín Portales

LA DESNUDEZ (Hadaka)

Con indolente sencillez regresa el cuerpo, a veces, a su intemperie, como si se adentrara en un huerto solitario por el mero hecho de una pequeña predisposición, o permitiera que el alma se hiciese visible por completo.

Entonces recorren el paisaje evidencias casi irreconocibles, como llegadas de un tiempo remoto o futuro, señales de todas partes que se abrazan a nuestra más íntima frontera y nos susurran al oído una consigna, acaso una canción antigua que aún recordamos.

Todo se vuelve silencioso. Todo significa sin necesidad de haber sido expresado.

El despojo atrae la compañía. Sólo la desnudez accede a lo evidente.

El que se busca añora la transparencia.

José Manuel Martín Portales

LAS NUBES (Kumo)

Lo que da de vivir pasa como si nada. Pero su lejanía de caprichosas formas esconde el elixir de la floración y la amenaza del aguacero.
 
En su húmedo corazón se complace la luz y descansa, agotada de vagar por la inconcebible transparencia.

Pero su perfección consiste en lo puro de su indiferencia, en el modo que tienen de no pertenecer a quien goza o teme contemplándolas.

Hijas de la intemperie, en su vientre consuma el viento su inaccesible hondura.

Cuando desaparecen, su ausencia deja pasar la luz.

El que se busca está protegido por la sombra.

José Manuel Martín Portales

LA VEJEZ (Oi)

Cumplido el tiempo, el corazón reúne la memoria deshilachada que ahora revela, más allá del dibujo, los trazos del pincel sobre la tela húmeda. Lo que soñamos apenas aparece ante nosotros como una perfección de ausencias líquidas. Como agua a punto de no ser lluvia o arroyo, ni charco, ni manantial, ni mar siquiera. Sólo agua latente en la consumación de la edad.

La aproximación del olvido, patria al fin, inminencia de toda transformación, deja en el alma una canción en ruinas que se repartirán los pájaros del silencio, mientras el cuerpo obedece y es conducido hacia la madre como un niño remoto.

Lo que se tuvo un día como presencia se tiene ahora como una pérdida. Como si el mundo que nos sostuvo se echara ahora en nuestros brazos para ser sostenido por nosotros o para quedarse dormido pegado a nuestro sueño.

Orfandad traspasada de maternal lenguaje.

El que se busca ha incendiado el silencio.

José Manuel Martín Portales

LA LUNA (Tsuki)

Toda soledad merodea una perfección, crece hacia la nada plena. La visitación de la luz encuentra cuerpo allí, sombra transfigurada, cuando el olvido se ha hecho perceptible y acaba siendo femenino en su última transformación.

Leche de manantial. Dulce augurio azul en el centro de la constelación sangrante. La que está hecha de tiempo.
Volvedora.

Como una victoria del lenguaje sobre la inagotable música incomprensible. Alma del logos. Materia de un ángel interior. Piedra de luz gobernando la noche de los hombres.

Supremo ahí sostenido por adverbios incandescentes.
Descripción exacta del silencio.

El que se busca se deja iluminar por la sombra.

José Manuel Martín Portales

LA HIERBA (Kusa)

Algo indecible ha encontrado acomodo y regala su efímera frescura al que no cesa de atravesar los áridos caminos, por donde huye el verdadero nombre de las cosas. Por eso, quizá, una brizna de muerte salpica la mirada que se ha entretenido junto la humilde hija de la lluvia.

Algo profundo, sin embargo, como un cielo de tierra o un gesto amable que esconde su amargura, le ha llamado desde la misteriosa certeza con la que suele maniatar la ternura a quien pasa a su lado.

Distraídamente ha comprendido que todo conocimiento es paisaje, y que el camino de lo que va a desaparecer está plagado de presencias que anuncian algo eterno.

Quizá los últimos días de la primavera.

El que se busca descansa en el olvido.

José Manuel Martín Portales

MOSCAS Y MOSQUITOS (Hae to ka)

Fluye en pequeñas formas, la vida que se multiplica y se divide en cotidiano aliento. Juega a distanciarse, se reúne, renace hacia la muerte, agoniza hacia la manifestación, se encarna como ausencia, desaparece hacia el signo, se proyecta desde lo oculto, se presenta hacia el olvido. La estructura de lo que existe.

Está ahí. Es hábitat, asombro, revelación, silencio. No otra cosa que estancia, equilibrio hacia la perplejidad. Número. Música. Algo corpóreo donde el alma se reconoce.

Nada es algo ajeno.

El que se busca descubre una estructura.

José Manuel Martín Portales

LA MUERTE (Shi)

Cuando aparece la encarnación de la distancia cualquier otra presencia es abolida. Como un silencio que al fin es pronunciado y ocupa todo el hábitat del lenguaje.

Las palabras que huyen, ya inútiles, hasta sus últimos significados, no serán comprendidas. Acaso los niños que juegan en la puerta o la brisa del atardecer pueda todavía meditarlas un momento, convertirlas en luz en el umbral de la noche, como quien esconde una canica hasta mañana o
entierra lentamente una antorcha.

Algo sosegado, como la conquista de un jardín abandonado o la intención de un beso sobre unos labios dormidos, se ejercita entre la niebla exactamente igual que una libélula que se ha desmayado sobre el agua.

Lo inaccesible lanza un gesto de asombro y todo lo que pertenecía al olvido regresa y danza, y a su manera celebra haber sido existencia.

No hay lenguaje, pero entre las tumbas brota la hierba, que no cesa de anunciar.

Del sí al no el camino es muy corto. Del no al sí no hay camino.

El que se busca no volverá a por sus canicas.

José Manuel Martín Portales

martes, 28 de septiembre de 2010

EL VIENTO (Kaze)

Juega a deshacer, aun cuando llega con la intención de ofrecer algo perdurable. Cuando su ímpetu se enfrenta a la piedra, conmueve su vibración y la manera de multiplicarse, después, en pequeñas flechas invisibles que saltan en todas las direcciones. Cuando se enfrenta a la hoja o al pétalo, no es menos emocionante darse cuenta de su impetuosa delicadeza: mece y provoca una ondulación tan sutil que se diría que un ángel ha sido invitado y participa de esa paz junto al testigo.

Más allá de su aliento sagrado, que alimenta el espíritu de cada cuerpo y refresca la honda superficie de cada ser, transporta un cúmulo de evidencias remotas: el sonido de pólenes lejanos, el sabor de una música callada, el roce de una idea que eriza la piel... y nos deja ver, a su paso, la esperanza que juega a decir adiós pero no quiere abandonarnos del todo. El alma es un cúmulo de sinestesias.

En las noches en calma se queda como inmóvil, como un hombre ante el Buda. Polvo o lluvia, siempre trae algo entre manos.

Con la misma facilidad que descorre una cortina reinventa los desiertos. Cuando adviertes su presencia ya se ha ido.

El que se busca camina junto al viento.

José Manuel Martín Portales

EL HOMBRE Y EL MUNDO (Hito to sekai)

Inadvertidamente, la vida se fue posando sobre el mundo. La vida se hizo mundo. Algo que late bajo el cielo, algo que brota y se deshace, arrastrado por el viento, que era parte del mundo antes que la vida.

La vida, después, pensó en sí misma. Se hizo conciencia y contempló al mundo como algo ajeno. La vida se olvidó de que era mundo y quiso sobreponerse al viento, que era parte del mundo antes de que la vida supiera nada.

Lo extraño del haiku es que supone una conciencia, pero una conciencia que no busca sobreponerse sino más bien intimarse con el mundo. Pareciera, en efecto, que hablase el mundo en el haiku. Que fuese el propio mundo el que está teniendo conciencia de la vida, del hombre.

Pero el mundo no mira al hombre como algo ajeno, y todo lo que dice lo dice humanamente. Una palabra hecha de silencio.

El que se busca se convierte en lenguaje.

José Manuel Martín Portales

BEBER EL AGUA (Miza o nomu)

Los sentidos permiten que la conciencia no quede atrapada en la contemplación. Nada ha de quedar preso en su imagen. Lo que sucede sólo sucede ahora. Mantener en vilo el presente parece ser el destino que se busca.

La sed es el presente puro de la necesidad, un modo ser del alma. Por eso el agua que se bebe ahora tiene que ver con el espíritu del mundo en el instante de darse al hombre. Beber el agua es un acto de pureza, sin más.

La sed busca a la madre. Beber es encontrarse con la madre. La madre está en la sed, como un anuncio de presencia.

El agua es lo que queda cuando el viento ha atravesado la piedra.

El que se busca se sacia de su necesidad.

José Manuel Martín Portales

EL MENDIGO (Kojiki)

Toda mirada busca un regazo donde existir y es acogida en los brazos del aire, acunada en la transparencia de las cosas.

Ahí fuera algo sacia. Abrirse es ya ser dueño de la vida. Pero la vida no es algo ya completo. Si un corazón no la anhela, la vida ya no existe.

Aquello que sacia al hombre es la pobreza. Lo que ha de llegar cuando el vacío de uno mismo sea verdadero. La esperanza no sabe lo que espera. Su verdad consiste en eso, en una necesidad que carece de objeto, que no se detiene en lo recibido. En un anhelo que ha de ser colmado por lo imprevisible.

Arrojado a la trasparencia del mundo.

El que se busca se ofrece a la intemperie.

José Manuel Martín Portales

EL HAMBRE (Ue)

Persistir en la Naturaleza es voluntad del mundo. El hambre es el espíritu del mundo, tal como la sed, algo sagrado para él, algo en lo que busca ser reconocido. Algo ante lo que el hombre comprende que es mundo.

Con el pico desmesuradamente abierto esperan los pájaros recién nacidos, y la amistad también tiene la forma de un banquete.

Cuando falta la leña, el fuego clama oculto como un huérfano, tiembla en la nada de su propia posibilidad inaccesible.

El que se busca se alimenta de la nada.

El que se busca aprende de su estómago.

José Manuel Martín Portales

SOLEDAD DEL HOMBRE (Kodokuna hito)

Acaso toda soledad no sea otra cosa que la apropiación de una pérdida de si mismo, un acto de reconocimiento, como si algo propio se volviese ausencia aunque permaneciese encarnado en nuestro cuerpo. Como si la ausencia se presentase, seductora, fantasmal, a veces impidiéndonos encontrarnos con alguien, a veces obligándonos a abrazarlo todo.

De ese gran misterio del corazón nada se sabe, excepto que acontece. El hecho de que exista el poema nada resuelve, en efecto, pero aquella palabra nacida en soledad parece indicar precariamente que la comprensión de lo vivido no está en sus causas sino en su sentido. Como si esa misteriosa experiencia fuese hija del mañana, no del ayer.

Un hombre solo, acaso por su ‘culpa’; dirán los racionalistas del espíritu. Un hombre solo, acaso por su ‘destino’; pensarán los artistas. Pero más allá de las respuestas, la soledad, a fin de cuentas, quizá no sea otra cosa que una forma de desnudez incomprensible, una metáfora por la que transitamos, algo hasta tal punto inocente que no pueda entenderse ni desde el origen ni desde el destino.

Sencillamente forma, forma pura de hallarse entre el Todo y la Nada. Apropiación de la transparencia.

Encarnación del nadie. Pobreza de lo inminente.

El que se busca no sufre compañía.

José Manuel Martín Portales

EL MAR (Umi)

Lo ilimitado muestra su vacío como un don. la Realidad no deja de transformarse en ella misma: lo abismal acude a su nombre para perderse en él.

El que nombra el mar sabe que está mintiendo, sabe que no sabe lo que nombra.

Así también es el presente. Una pura negación. Un sublime estadio de aventura. Así el poema, algo ilimitado latiendo en el ahora-palabra.

Zarandeado una y otra vez, el espíritu descansa en la hermosura, aunque la espuma bulle sobre un pueblo de náufragos. Pero lo que se muestra en la superficie es tan sagrado como lo que se oculta en lo profundo.

El mar esconde lo que muestra. La Totalidad también es monosílaba.

El que se busca santifica el instante.

José Manuel Martín Portales

LA COMIDA (Shokuji)

Se alimenta de luz el cuerpo del espíritu. El alma transfigura las formas y extrae de ellas lo protegido bajo su oscura consistencia.

Liba, aquí y allá, pequeñas dentelladas de horizonte. Reposa en la abundancia del milagro. Sobrio.

Aquello que se ofrece pertenece al sentido de la necesidad. Muestra así al mundo su perfección precaria y suficiente. Y su encuentro produce soledad: el pan de cada día.

Acumular para el hambre de mañana es una imperfección de la esperanza. Un contrasentido que el hombre ha introducido en el equilibrio del cosmos.

A cada instante le basta su afán.

El que se busca ha sido invitado al ahora.

José Manuel Martín Portales

EL BUDA (Hotoke)

El que ha roto su espejo contempla un rostro sagrado. Una costumbre de asombros lo protege, pues nada ha conseguido para sí quien reconoce la Totalidad.

De un lado a otro del paisaje, atravesado en devenir, herido en forma, sobresaltado en ausencia aquí y allá, lo que se manifiesta persigue a su manifestación.

Ahí sublime, donde muestra la Nada su sentido. Estructura de toda anunciación.

De la indefensión de la misericordia se alimenta el porvenir.

El que se busca se postra ante el azar.
 
José Manuel Martín Portales

LA POESÍA

En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música.

¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Entreví entonces la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario, y ya oscuramente sentía cómo no bastaba a esa otra realidad el ser diferente, sino que algo alado y divino debía acompañarla y aureolarla, tal el nimbo trémulo que rodea un punto luminoso.

Así, en el sueño inconsciente del alma infantil, apareció ya el poder mágico que consuela de la vida, y desde entonces así lo veo flotar ante mis ojos: tal aquel resplandor vago que yo veía dibujarse en la oscuridad, sacudiendo con su ala palpitante las notas cristalinas y puras de la melodía.


Luis Cernuda

LA DESNUDEZ (Hadaka)


Con indolente sencillez regresa el cuerpo, a veces, a su intemperie, como si se adentrara en un huerto solitario por el mero hecho de una pequeña predisposición, o permitiera que el alma se hiciese visible por completo.

Entonces recorren el paisaje evidencias casi irreconocibles, como llegadas de un tiempo remoto o futuro, señales de todas partes que se abrazan a nuestra más íntima frontera y nos susurran al oído una consigna, acaso una canción
antigua que aún recordamos.

Todo se vuelve silencioso. Todo significa sin necesidad de haber sido expresado.

El despojo atrae la compañía. Sólo la desnudez accede a lo
evidente.

El que se busca añora la transparencia.

José Manuel Martín Portales