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- Compromiso
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- Una luz en la luz
- Dhyana (en meditación)
- Cuaderno del vacío
- Esencia
- Ser
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jueves, 30 de septiembre de 2010

LA CIUDAD A DISTANCIA

EN el esplendor del mediodía estival, iba el barco hacia San Juan, río abajo. Cantaban las cigarras desde las márgenes, entre las ramas de álamos y castaños, y el agua, de un turbio color rosáceo de arcilla, se cerraba perezosa sobre la estela irisada. En la pesadez ardiente del aire, era grato sentir el leve vaivén con que el agua mecía la embarcación, llevándonos con ella, sin un deseo el cuerpo, sin un cuidado el alma.

El pueblo estaba en la ladera de una colina. Las casas blancas, de rejas verdes, quedaban abajo, y por el camino que subía, cortada su pendiente con escalones y rellanos, brillaba el polvo bajo la mancha gris de los olivos.

Arriba estaba la iglesia, y dentro de ella, al fondo, a través de la penumbra, se vislumbraba el huerto: una galería cubierta por verde emparrado que la luz teñía con un viso de oro traslúcido. Al salir afuera, sobre el repecho del terrado, surgía la vega dilatada, la tierra de cálidos tonos que oscurecían los sembrados, el río ancho y tranquilo, sobre cuyas aguas centelleaba el sol.

Más allá, de la otra margen, estaba la ciudad, la aérea silueta de sus edificios claros, que la luz, velándolos en la distancia, fundía en un tono gris de plata. Sobre las casas todas se erguía la catedral, y sobre ella aún la torre, esbelta como una palma morena. Al pie de la ciudad, brotaban desde el río las jarcias, las velas de los barcos anclados.

Junto al muro encalado donde se abría aquel balcón, en la terraza, estaba adosado un banco que ofrecía asiento a la sombra. Todo aparecía allá abajo: vega, río, ciudad, agitándose dulcemente como un cuerpo dormido. Y el son de las campanas de la catedral, que llegaba puro y ligero a través del aire, era como la respiración misma de su sueño.

Luis Cernuda

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