La vida, después, pensó en sí misma. Se hizo conciencia y contempló al mundo como algo ajeno. La vida se olvidó de que era mundo y quiso sobreponerse al viento, que era parte del mundo antes de que la vida supiera nada.
Lo extraño del haiku es que supone una conciencia, pero una conciencia que no busca sobreponerse sino más bien intimarse con el mundo. Pareciera, en efecto, que hablase el mundo en el haiku. Que fuese el propio mundo el que está teniendo conciencia de la vida, del hombre.
Pero el mundo no mira al hombre como algo ajeno, y todo lo que dice lo dice humanamente. Una palabra hecha de silencio.
El que se busca se convierte en lenguaje.
José Manuel Martín Portales
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