Juega a deshacer, aun cuando llega con la intención de ofrecer algo perdurable. Cuando su ímpetu se enfrenta a la piedra, conmueve su vibración y la manera de multiplicarse, después, en pequeñas flechas invisibles que saltan en todas las direcciones. Cuando se enfrenta a la hoja o al pétalo, no es menos emocionante darse cuenta de su impetuosa delicadeza: mece y provoca una ondulación tan sutil que se diría que un ángel ha sido invitado y participa de esa paz junto al testigo.
Más allá de su aliento sagrado, que alimenta el espíritu de cada cuerpo y refresca la honda superficie de cada ser, transporta un cúmulo de evidencias remotas: el sonido de pólenes lejanos, el sabor de una música callada, el roce de una idea que eriza la piel... y nos deja ver, a su paso, la esperanza que juega a decir adiós pero no quiere abandonarnos del todo. El alma es un cúmulo de sinestesias.
En las noches en calma se queda como inmóvil, como un hombre ante el Buda. Polvo o lluvia, siempre trae algo entre manos.
Con la misma facilidad que descorre una cortina reinventa los desiertos. Cuando adviertes su presencia ya se ha ido.
El que se busca camina junto al viento.
José Manuel Martín Portales
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