Las palabras que huyen, ya inútiles, hasta sus últimos significados, no serán comprendidas. Acaso los niños que juegan en la puerta o la brisa del atardecer pueda todavía meditarlas un momento, convertirlas en luz en el umbral de la noche, como quien esconde una canica hasta mañana o
entierra lentamente una antorcha.
Algo sosegado, como la conquista de un jardín abandonado o la intención de un beso sobre unos labios dormidos, se ejercita entre la niebla exactamente igual que una libélula que se ha desmayado sobre el agua.
Lo inaccesible lanza un gesto de asombro y todo lo que pertenecía al olvido regresa y danza, y a su manera celebra haber sido existencia.
No hay lenguaje, pero entre las tumbas brota la hierba, que no cesa de anunciar.
Del sí al no el camino es muy corto. Del no al sí no hay camino.
El que se busca no volverá a por sus canicas.
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